Una reflexión sobre el día de la tierra

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Hoy es el dia de la tierra en un momento absolutamente único, crítico en nuestra evolución.

Por todas partes: redes sociales,  otros medios, se oye el gran eco de una súbita comprensión acerca de lo que hemos hecho hasta ahora en nuestra ocupación expansiva por un planeta, al cual llegamos como especie hace unos 300 mil años y que ofrecía todas las posibilidades de supervivencia sostenible y disfrute.

Pero, al parecer, eso no era suficiente: al poner en uso esa gran facultad creativa y realizadora que trajo nuestro cerebro de homo sapiens, dejamos que nuestra codicia se desbordara.

Nuestra obra, desde muchos puntos de vista magnífica, representada en las grandes civilizaciones, la ingeniería, la arquitectura, ciencia, economía, informática, música, literatura, danza, deporte, un millón de etcéteras, ha dejado también un abuso sistemático al los ecosistemas y a la convivencia misma:  mientras un futbolista de 20 años figura en las revistas financieras del mundo, nuestros niños mueren por el hambre y la violencia. 

Se impone una sistemática negación de la importancia que tienen la ciencia, la academia, lo técnico, la participación ciudadana y otras herramientas donde debería reposar la prevención de eventos que muchos anticiparon y anunciaron y frente a los cuales no se hizo lo suficiente.

Hoy estamos lamentando tantas cosas y, replegados como soldados atemorizados de un ejército tan valiente anteriormente y a quienes gran parte de un armamento tan beneficioso en momentos de aparente riqueza, ahora no les sirve para nada frente al poder silencioso e implacable de un virus.

Anima Fauna pretende registrar lo que está sucediendo con el desplazamiento inusual de animales y otros eventos que se presentan a raíz del encierro de seres humanos. 

Trataremos de descifrar los mensajes de la naturaleza bajo estas circunstancias singulares para contribuir a entender mejor qué es lo que debemos hacer cuando volvamos a ocupar nuestro territorio y, tras este dolorosísimo aprendizaje y su costo en vidas humanas, pongamos en práctica conductas que ya presentíamos necesarias y nos negamos a seguir. Que hay que respetar la estructura y las leyes de la ecología, que proteger los ecosistemas es infinitamente menos costoso que repararlos, que, frecuentemente, una infección es la respuesta a nuestro abuso de la naturaleza, que el conocimiento científico es un camino más sensato que el de la ambición y la negación de sucesos inminentes; que los demás animales son nuestros semejantes y los silvestres no son nuestra propiedad, que hay que revisar nuestro manejo y comercialización de plantas y animales domésticos, que la economía campesina ofrece los cimientos de la sostenibilidad, y el ordenamiento territorial debe obedecer a esa comunión; que nuestros hábitos alimenticios podrían estar muy equivocados, que debemos actuar como especie, en estrategias colectivas y, sobre todo, que no estamos en la cúspide de la cadena alimenticia ni somos el centro del universo.